miércoles, 25 de junio de 2008

FELICITAS por el Ballet de Julio Bocca


“Cuenta la leyenda que si cada noche del 30 de Enero, las mujeres que pasan penas de amor anudan sus pañuelos a las rejas del atrio de la iglesia de Santa Felicitas, éstos amanecerán humedecidos por las lágrimas del fantasma de la difunta, alejando de esa manera, y para siempre, sus sufrimientos”.

Así se resume la historia de Felicitas, mezcla de realidad y leyenda urbana conocida en Buenos Aires, y representada estos días en Madrid por el Ballet de Julio Bocca.

A finales de siglo XIX, un crimen conmovió a la tranquila ciudad porteña. Una bellísima joven viuda, dueña de una de las fortunas más grandes del país y perteneciente a los círculos de la alta sociedad argentina, es asesinada durante el carnaval por un pretendiente despechado. Ella es Felicitas, y él Enrique. Ella es guapa y hermosa, Él la corteja sin suerte. Ella vive por amor su vida, Él por amor se la acaba quitando.

Tras la desgracia, los padres de Felicitas, herederos de toda su fortuna, emplearon gran parte de la misma en erigir una cálida iglesia en su homenaje.
Santa Felicitas es, ahora, una emblema más en la vida de Buenos Aires.

Si la historia es por si conmovedora, la emotividad que consigue Julio Bocca es simplemente sublime. No soy gran experta en ballet, pero si percibo cuando me invaden las emociones. Lo que ayer me empapó durante la hora y media del espectáculo se resume en Dulzura, Vibración, y mucha Estética.

Junto al ballet argentino, dos figuras principales: Cecilia Figaredo e Igor Yebra, y dotando de fuerza al espectáculo, los Tamboreros del Río de La Plata.

Julio Bocca consigue así abstraernos de la realidad y meternos en la piel de esa Felicitas y ese Enrique viviendo una historia de amor, crimen y misterio.

Los bailarines son actores. No sólo danzan, sino que interpretan. No son únicamente pasos excelentes, con los que se deslizan con gran técnica, integrados en una coreografía, lo que ves en el escenario, sino un compás de movimientos armónicos que, acompañados de expresiones faciales intensas, acaban por transportarte a ese 1860 y ser alguien dentro de esa historia.

Contraste de colores y músicas, una muerte que te atrapa con miedo y desgarro y una pasión que vives con sensualidad y elegancia, un juego de fotos proyectadas que te ambientan en una Argentina colonial, y un vestuario que confiere clase y gusto.

Si algo recrimino a la danza moderna, no es el sentido abstracto de las formas, sino el olvidarse del papel de la estética. Ayer, con Felicitas, se recuperaba la hermosura que tiene la danza. No sólo por esa ligereza innata a la técnica, gracias a la cual los protagonistas vuelan por el escenario, y las historias no se desarrollan, sino que fluyen, sino también por la elegancia de la puesta en escena, dando luz y belleza artística.

No creo que nunca sea una de las mujeres que anuda un pañuelo en la Iglesia de Santa Felicitas, pero sin poder cerrar la boca y viajando a ese Buenos Aires con sabor de antaño, ayer disfruté de la magia de su leyenda. Gracias a la música y la danza, pero sobre todo, a la estética y el gusto de Julio Bocca.

Felicitas se representa en el Teatro Compac Gran Vía de Madrid del 5 al 29 de junio

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